UN SORIANO EN BUENOS AIRES
El pasado mes de noviembre la familia Soriano-Clarindo llegamos a Buenos
Aires con nuestro pequeño, de cuatro años, Miguelin. Maravillados por la deliciosa
primavera porteña, no tuvimos mejor recibimiento que la calidez argentina, la
belleza de la ciudad, la sensibilidad de su cultura, la riqueza de su gastronomía y
la pasión tan desbordante que todo argentino posee en el devenir de la vida.
Sin duda que residir en Argentina, es lo más parecido en el mundo a vivir en
nuestra España, pero la separación física que nos proporciona el océano atlántico,
la distancia y sobre todo el echar en falta a los seres queridos, provoca una
sensación de recuerdo, nostalgia, saudade…., que evoca al recuerdo más íntimo
de la niñez.
Sin darme cuenta, y tras una visita maravillosa al Centro Soriano Numancia
de Buenos Aires, me vi transportado al pueblo Soriano de mis ancestros, Layna,
un pueblo pequeño que forma parte del partido judicial de Almazán y pertenece al
municipio de Arcos de Jalón, con vecindad a Medinaceli, Alcolea del Pinar,
Anguita, Luzón, Maranchón y unos cuantos pueblos más.
Sorprendido, empecé a recordar con una lucidez mental, que no tenía en
España, momentos maravillosos de mis veranos en Layna, con mis abuelos
Basilia y Vicente, y me transporte al recuerdo con la mirada de un niño.
La Iglesia de la Virgen de la Cabeza, y el frio durante el oficio de los
domingos aunque fuera agosto y su retablo realmente soberbio, que de niño me
parecía enorme, pareciéndome ahora majestuoso.
El lavadero, donde se encontraba la única fuente del pueblo y donde las
mujeres, todas juntas lavaban la ropa y hablaban alegremente del quehacer
cotidiano, mientras mi abuelo y yo llenábamos de agua unas tinajas de barro, que
luego transportábamos a casa en un carrito de mano, porque no había agua
corriente en el pueblo.
El rio, donde el agua estaba muy fría aunque fuera verano y donde mi
abuelo pescaba unos cangrejos maravillosos mediante un retel, en el cual ponía
como cebo un pedacito de hígado.
El campo, ese campo maravilloso que mi abuelo amaba y conocía tan bien,
porque de niño fue pastor de ovejas, y como yo le ayudaba a colocar piedras una
encima de otra, a modo de cerca para separar las lindes de las fincas. Aunque
pensándolo bien, no se para que lo hacíamos, porque conocía perfectamente a
quien pertenecía cada metro de tierra, sin necesidad de vallas o cercas. Recuerdo
su odio a los lobos, sin duda fruto de malas experiencias vividas en su época de
pastor.
El sol y el cielo, ese recuerdo de la extraordinaria luz de Soria y del azul
intenso del cielo de su meseta, que sin duda se dan la mano con el sol y el cielo
de Buenos Aires.
El teleclub, único bar del pueblo y donde estaba la televisión con solo dos
canales, y que era el lugar de encuentro de todos, donde mi abuelo echaba la
partida de cartas o dominó con un vino, y yo le miraba, siempre a su lado, con una
gaseosa “La Pitusa”.
La furgoneta Citroën dos caballos, que cada miércoles llegaba al pueblo
desde Maranchon, cargada de hogazas de pan que duraban una semana y que,
tras tocar el pito unas cuantas veces, todo el pueblo se arremolinaba a su
alrededor.
La vida en la cocina….porque mi abuela era una gran cocinera, y supo
inspirar en el niño, el amor que ahora poseo hacia los fogones, recuerdo y siento
el gusto y aroma de; los cangrejos estofados, cocinados con una base de ajo,
cebolla, pimento verde, tomate, aceite de oliva y vino blanco que, como a mí me
daban miedo no los comía, pero si mojaba el pan en esa salsita tan maravillosa, y
la cultura gastronómica soriana del escabechado que es un patrimonio familiar, y
el cordero al horno de leña de Arcos de Jalón y las chuletitas cocinadas al
sarmiento, y los torreznos que tomábamos en el desayuno junto con la mantequilla
soriana, y las natillas con la galleta fontaneda en todo lo alto…
La vida en el salón, alrededor de la radio de válvulas, y mi abuelo cada
hora me decía – “Javierin hijo calla, que dan el parte en Radio Nacional De
España”
El cuarto de baño de la casa, que era muy oscuro, lúgubre, y como me
daba miedo, mi abuela me ponía todas las mañanas una palangana al sol con
agua en la puerta de casa, al objeto de asearme. Luego siempre estaba
pendiente para peinarme y perfumarme con una colonia de flores de lavanda. De
la palangana en la puerta de casa, me queda la costumbre de afeitarme al sol
siempre que puedo.
Y por último el amor de mis abuelos, que pese a su austeridad y carácter
introvertido castellano, siempre me sentí muy querido tanto a nivel emocional
como en el día a día, dándome siempre muestras de cariño, afecto y profundo
amor con sus gestos… una mirada de ternura, un beso, un abrazo, una palmada
en la cabeza… como verbalmente, ya que el – “te quiero” es una manera
maravillosa de verbalizar el sentimiento y al crecer con él y hacerlo cotidiano,
tener una absoluta ausencia de prejuicios o miedo a expresarlo.
Ahora, cincuenta años después de esa niñez en el pueblo, he tenido que
encontrarme con un maravilloso grupo de compatriotas y paisanos en Buenos
Aires, que han promovido en mi propio ser, un ejercicio de regresión y recuerdo de
mi esencia Soriana. Ahora también soy más consciente del enorme
patrimonio que tenemos los Sorianos.
Francisco Javier Soriano Sanz
Consejero
Embajada de España en Buenos Aires
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